sábado, agosto 30, 2003

Las cosas no son como quieres. Fuiste al mercado, y de entre toda esa fruta y verdura encontraste tu sonrisa de ese día al ver granadas. Se freno todo tu entorno y sólo daba vueltas esa imagen que se reproducía en el brillo de la fruta roja. Te decías -Tú. En tu minuciosa ceremonia de comer granada, con todas sus reglas.- Pensabas que aquello era tan ridículo y ahora mírate cómo la gente del mercado se ha quedado viéndote mientras ahí estas elevando una granada al nivel de tus ojos y contemplando a ese, a la granada, mientras se escucha “price check” por los altavoces. Al llegar a casa lo primero que haces es partir la granada en dos, como partir tu corazón, y te da risa de que salte ese rojo jugo intenso que tan terco se embarra por todos lados, por tu mente en blanco, por tu mantel en blanco. Notas que has roto todas las reglas de comer granada; la has probado antes de terminar de pelarla. Piensas, -si fuera de él, esto no fuera así.- Y es cuando brota de ti todo lo que te dicen todos los días. Eso de que ya no vale la pena ser de corazón terco. Pero sales de ese trance al escuchar el timbre del teléfono. Hubieras perjurado por todos esos rollos que te crees de la energía, que claro que tenía que ser él, pero no. Número restringido y que pregunta por tu servicio telefónico para darte una oferta de un nuevo programa de llamadas de larga distancia, -…usted aparece en nuestra lista cómo frecuente usuario de códigos de largas distancias…- lo dejas que hable, cuelgas. Te terminas la granada y de una vez quisieras terminar con todo eso que te hace mal, con las granadas y su jugo empecinado en manchar permanentemente todo aquello que te rodea, pero sigues igual. Y luego el maldito teléfono otra vez, y esta vez es para decirte que contrataron a alguien mas.

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