martes, julio 29, 2003

Cosas que quisieras enterrar, te aterran. Quisieras decir y hablar y hablar y compartir, pero no está nadie, sólo esta máquina. No tengo contacto humano. Sólo esta máquina. Sólo esta maquina. Que fea es la soledad de hoy. Antes lo hubiera guardado todo en una caja, detrás de los zapatos y de los sacos que nunca me pongo. Antes me hubiera dormido. Ahora no. Ahora se me enanchan las nalgas de tanto estar aquí. De tanto darle vueltas a lo que fue de mi y de ti. Aquí. Dando vueltas, sin moverme de lugar. Que feo. Que feo estas. Tus orejas nunca me gustaron, tus dientes se te salen de la cara, tu risa me levanta los bellitos del cuello. Me acuerdo que una vez tu roomate me enseño tus calzones sellados, un asco. Me acuerdo que enorgullecías con los platos sucios que acumulaba tu madre en su carro tenis, platos enmohecidos. Es tan sucia esta soledad. Tan sucia como que por ti me entraron ganas de correr y decirte algo, que ahora me arrepiento, que ahora le culpo al alcohol. Que estúpida es esta soledad. Y ahí estas tú con mis palabras, riéndote, seguramente, unas carcajadas…las pude oír en mi alma. Que torpe es esta soledad. Yo, la que irradiaba luz, la que giraba con tu ceder y ceder. Aquí estoy. Sí, sigo aquí, aterrándome, ansiosa por enterrarte. Ansiosa por una dedicatoria: “talk show host.”

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